lunes, 5 de mayo de 2008

LOS VAGOS NO EXISTEN

En las entrevistas que tengo con los padres suelen acompañarme los tutores de cada curso. Mis compañeros profesores se han acostumbrado a que uno de sus orientadores, de vez en cuando, suelte alguna frase que les hace "meditar". En las últimas entrevistas he observado que cuando digo que los niños no son vagos, que los vagos no existen, el tutor ya no se sorprende, sin embargo, los padres...

No aceptan fácilmente la explicación de que un niño no es, sino que se comporta. El comportamiento de desidia, pereza viene determinado por la posibilidad de que el niño se bloquee ante una situación que él percibe como excesiva. O puede que sea una conducta de escape que utiliza cuando no sabe hacer lo que se le pide.

El peligro que tiene la denominación de vago es que quede instaurado en el sujeto como autoconcepto. Esto puede ser interpretado por él como un rasgo que forma parte de su persona, es decir, como ser rubio, alto o de ojos verdes, lo que ocasiona la sensación de no poder remediar tal característica.

Si queremos ayudar a nuestros hijos y alumnos en su autoestima, tenemos que saber dirigir bien sus diferentes autoconceptos: personal, escolar y social. Para ello nada mejor que utilizar con habilidad nuestros mensajes acerca de su competencia. Una persona se sentirá capaz de superar una dificultad si los demás confían en ella; si soy torpe, malo o un vago, poco se puede hacer.

lunes, 21 de abril de 2008

NO SOPORTO A MIS NIETOS

En una reciente entrevista de radio, me preguntaban: "¿Están los abuelos preparados para hacerse cargo de sus nietos? ¿No abusamos de nuestros padres cuando les pedimos que cuiden de nuestros hijos? ¿Debemos diseñar escuelas de abuelos?... Pues a todas las preguntas respondí que sí. Aunque tengo que admitir que, con la última, me costó admitirlo.

Lo cierto es que los abuelos son abuelos y no padres. Ellos hacen todo lo posible por ayudar a sus hijos y, a veces, se encuentran con la crítica despiadada que cuestiona no sólo sus aptitudes de abuelos, sino también las de padres: "A mí no me habrías permitido lo que le permites a tu nieto, le consientes todo". Pues claro, para eso estás tú. Para, ahora ser padre y, después, abuelo. El padre debe educar el límite; el abuelo, aunque creamos que lo transgrede, no lo hace, simplemente lo evalúa con la experiencia que le dan los años y actúa en consecuencia.

Los años enseñan a las personas a manejar sus emociones y a percibir más los aspectos positivos de los conflictos que los negativos. No olvidemos que, hasta hace pocos siglos, los que nos enseñaban eran los mayores y no las escuelas. Algunas culturas parece que lo han olvidado y, al final, se va a lograr que, algo tan maravilloso para un abuelo como es su nieto, llegue a ser rechazado.

lunes, 31 de marzo de 2008

¿TIENE MI HIJO UN PROBLEMA DE ATENCIÓN?

El trastorno por déficit de atención con o sin hiperactividad (TDA-H o TDA) es un síndrome conductual de origen orgánico hereditario, que se define como la incapacidad para mantener la atención y controlar la actividad al nivel esperado para la edad del paciente.

Recientemente, al regreso de uno de su viajes, un médico amigo mío me dijo que en un estudio de campo por los hospitales de la zona, no había encontrado ningún "niño hiperactivo". El personal sanitario, al igual que los habitantes de esa zona del mundo, no tenían conocimiento de ningún paciente con problema de atención con o sin hiperactividad. Nos miramos y rápidamente puntualizó: los médicos me comentaron que conocían los síntomas y la descripción del síndrome pero nunca habían visto un caso de cerca.

En nuestro país, este trastorno del comportamiento es el que más se diagnostica en la infancia y se calcula que afecta de un 5% a un 7% de los niños en edad escolar. Cómo es posible esto. O mi amigo venía de Marte, algún día lo intentará, o aquí pasa algo raro. Puedo asegurar que las consultas de psicólogos, psiquiatras y, sobre todo, neurólogos reflejan una proporción muy significativa de niños con síntomas de falta de atención, impulsividad, hiperactividad y que cursan con problemas de conducta.

Sin embargo, también puedo asegurar que últimamente algunos profesionales, muchas veces presionados por los padres, se precipitan a la hora de hacer diagnósticos sobre los problemas de atención. Los síntomas anteriormente mencionados, si no se hace un buen diagnóstico diferencial, pueden inducir a error; con la consiguiente administración de metilfenidato, atomoxetina u otro fármaco que puede entorpecer la solución del verdadero problema.

Por favor, acudamos a buenos profesionales y sepamos aceptar sus diagnósticos. A veces, no todo se arregla con una pastilla.

lunes, 7 de enero de 2008

HABLA A TUS HIJOS ACERCA DEL SEXO

Una función importante de los padres es hablar a sus hijos acerca del amor, la intimidad y el sexo. Los padres pueden ser una gran ayuda para sus hijos si crean una atmósfera positiva en la que se pueda hablar sobre estos temas. Los niños y adolescentes necesitan información y dirección de sus padres para poder tomar decisiones saludables y apropiadas respecto a su comportamiento sexual. Sin embargo, muchos padres evitan o posponen esta discusión.

Hablar sobre sexo puede ser muy incómodo tanto para los padres como para los hijos. Los padres deben responder y al nivel de curiosidad que cada niño tiene en particular, ofreciendo toda aquella información que el niño pregunte y tenga capacidad de comprender. Puede ser de mucha ayuda pedir consejo a psicólogos, pedagogos, pediatras, médicos de familia o cualquier otro profesional de la salud. Los libros que usan ilustraciones o diagramas pueden ayudar en la comunicación y el entendimiento.

Los niños tienen distintos niveles de curiosidad y de comprensión dependiendo de su edad y madurez, y a medida que crecen preguntarán más detalles acerca del sexo. Muchos niños tienen sus propias palabras para las partes del cuerpo. Es importante utilizar las palabras que ellos conocen y con las que ellos se sienten más cómodos, de manera que sea más fácil hablar con ellos. Un niño de cinco años puede conformarse con la respuesta sencilla de que los bebés vienen de dos semillas, una del papá y otra de la mamá, que se juntan en una sola que crece en un sitio especial dentro de la madre que hace que el bebé comience a crecer. Un niño de ocho años puede querer saber cómo la semilla del papá llega hasta la semilla de la mamá. Los padres pueden entonces hablar acerca de cómo la semilla del papá (espermatozoide) que viene de su pene se combina con la semilla de la mamá (huevo) en el útero. Entonces el bebé crece dentro del útero de la mamá durante nueve meses hasta que está suficientemente fuerte para nacer. Un niño de once años puede querer saber aún más y los padres pueden hablarle acerca de cómo un hombre y una mujer se enamoran y deciden tener relaciones sexuales.

Es importante hablar sobre las responsabilidades y consecuencias de tener una vida sexual activa. El embarazo, las enfermedades de transmisión sexual y los sentimientos o emociones acerca del sexo son temas importantes que deben ser discutidos. Hablar con los hijos puede ayudar a que tomen las mejores decisiones sin sentirse presionados a hacer algo sin estar preparados. Si se consigue que los niños entiendan que estas decisiones requieren madurez y responsabilidad, se aumentará la probabilidad de que tomen decisiones correctas.

Aunque los adolescentes acostumbran a hablar sobre sexo, citas y relaciones amorosas, quizás necesiten ayuda para comprender la intensidad de sus emociones sexuales, la confusión que sienten respecto a su identidad sexual, o su comportamiento sexual en una relación. Las preocupaciones acerca de la masturbación, la menstruación, las medidas anticonceptivas, el embarazo y las enfermedades de transmisión sexual son comunes. Algunos adolescentes también se enfrentan a conflictos entorno a los valores familiares, religiosos o culturales. la comunicación abierta y la información precisa que brinden los padres aumentará la probabilidad de que los adolescentes retarden la práctica sexual y que usen los métodos anticonceptivos apropiados una vez comience su vida sexual.

Aquí van unos indicaciones que nos pueden ayudar cuando hablemos con nuestros hijos de estos temas:

  • Estimulemos a nuestros hijos a hablar y a hacer preguntas.
  • Mantengamos una atmósfera relajada y libre de críticas para las discusiones.
  • Utilicemos un lenguaje que se entienda y haga que los niños se sientan cómodos.
  • Tratemos de determinar qué nivel de conocimiento y entendimiento tienen nuestros hijos.
  • Mantengamos el sentido del humor y no tengamos miedo de hablar sobre la propia incomodiad.
  • Establezcamos la relación entre el sexo y el amor, la intimidad, el hacerse cargo de los otros y el respeto propio y por su pareja.
  • Compartamos abiertamente los valores y las preocupaciones con nuestros hijos.
  • Discutamos la importancia de la responsabilidad al tomar decisiones.
  • Ayudemos a nuestros hijos a considerar los puntos a favor y en contra de sus alternativas.

lunes, 26 de noviembre de 2007

¿POR QUÉ MENTIMOS?

Hace poco escuché a alguien que una persona no puede sobrevivir en este mundo diciendo siempre la verdad. Explicaba que, en algunas ocasiones, el decir lo que se piensa puede parecer descortés o insultante y que, en otras, el revelar las intenciones reales de una acción es un signo de inhabilidad en cualquier negociación y puede constituir la ruina laboral de un sujeto. Con estos argumentos identificaba el uso de la mentira como cualidad necesaria para la adaptación.

Estos comentarios no tienen en cuenta que socialmente ser un mentiroso no está bien visto y que incluso, en la niñez, los padres nos esforzamos en que nuestros hijos aprendan a ser sinceros y nunca mientan. Tampoco distinguen entre lo que significa el uso de la mentira -conducta inadaptada que denota inseguridad y miedo en el individuo- y la habilidad social de saber cuándo hay que utilizar la verdad y cuándo no sin tener que mentir. Y que, por supuesto, lejos de ser la mentira una necesidad adaptativa, puede contribuir a crear situaciones patológicas en la que los individuos llegan a creerse sus propias mentiras, situando a estas personas cerca de los comportamientos psicóticos, es decir, alejados de la realidad y de la sociedad.

Contribuir a que nuestros hijos no sean mentirosos es actuar desde la prevención. Esto significa, por una parte, que los padres y educadores debemos aprender a distinguir lo que es una mentira de lo que simplemente es una conducta evolutiva normal del niño. Por otra, se debe propiciar una educación que tenga como objetivo: el desarrollo de la autorregulación (aprender a afrontar problemas generando mecanismos emocionales resistentes a la frustración) y el desarrollo del auto concepto (tener confianza en las propias cualidades para resolver conflictos).

La mentira en los más pequeños debe entenderse como algo normal porque forma parte de su desarrollo. Un niño de entre tres a seis años no distingue la realidad de la fantasía. Todavía no sabe lo que es y lo significa la mentira y actúa sólo para complacer a sus padres. Por eso, si rompe o hace algo que pueda incomodar a sus progenitores, no dudará en negar la responsabilidad de esa acción negativa. A partir de los siete años ya es consciente de que miente y se siente mal cuando lo hace, incluso si no es descubierto. Utiliza la mentira para escapar de situaciones en las que preve el castigo, por eso, es más frecuente en los niños cuyos padres son más intransigentes o excesivamente severos. Los niños de 10 u 11 años tienen una idea clara de lo que significa la verdad. Si en estas edades se mantiene la mentira, será señal de falta de madurez e inseguridad. Si la mentira es muy frecuente, es muy posible que tenga algún problema emocional que requiera un especialista.

Los padres y los educadores somos modelos para nuestros hijos, por lo tanto, debemos evitar conductas que legalizan la mentira: no hay que mentir y menos delante de ellos. Tenemos que enseñarles la diferencia entre fantasía y realidad y entre mentira y verdad. Y, por supuesto, no hay que incitarles a que mientan preguntándoles continuamente por la causa de su mal comportamiento cuando sabemos que no nos lo van a decir.

En todo caso, siempre que transmitamos a nuestros hijos que la equivocación y el error no es catastrófico y que no conlleva castigo ni pérdida de afecto tendremos muchas posibilidades de que la mentira no sea utilizada por nuestros pequeños como mecanismo de defensa.

sábado, 13 de octubre de 2007

LA RELACIÓN CON EL ADOLESCENTE

Como padre de hijos adolescentes, para no perder la paciencia, tengo que plantearme continuamente que la adolescencia es un periodo marcado por una serie de cambios en los sujetos que ocasionan de una forma natural el enfrentamiento con las figuras de autoridad. Los cambios físicos y el desarrollo psicológico motivan que el adolescente se perciba con fuerzas para afrontar situaciones sin la mediación del adulto y que no acepte fácilmente que se le impida acometerlas. Y, aquí surge el conflicto. Problemas menores como: qué ropa se tienen que poner, la apariencia física, el orden de su cuarto, la limpieza corporal, el uso del teléfono, la hora de levantarse... y, mayores como: rendimiento escolar, hora de vuelta a casa, uso del dinero, la relación con sus hermanos, amigos con los que se relacionan, disciplina... son los temas de discusión de todas las familias con hijos en estas edades.

Buscamos una receta magistral que solucione de raíz el problema y, si es posible, consiga que la solución sea del agrado de todos. No nos damos cuenta de que en cada problema se plantea un conflicto de intereses y que, para poder resolverse, es necesaria una negociación sustentada en una buena comunicación y en la autoridad, que no autoritarismo del adulto. Comunicarse bien, desde luego, requiere un buen entrenamiento. Lo curioso es que muchas veces los adultos somos capaces de escuchar, de recibir críticas, de hacerlas, de defender derechos e incluso de controlar nuestras emociones cuando los demás no opinan lo que nosotros. Somos hábiles en la comunicación con los otros, pero no la aplicamos con nuestros hijos adolescentes.

Cometemos el error de pensar que los muchachos ya son hábiles en la relación social y que son ellos los que <> y acceder, sin crítica alguna, a nuestros requerimientos. Estas situaciones hacen que en muchas ocasiones el adolescente, si no se comporta como quiere el adulto, sea percibido de una forma negativa, lo que provoca un continuo rechazo a cualquier planteamiento que hace. Lo mejor es no decirle inmediatamente SÍ o NO. Hay que darse un tiempo para pensar cuál es la respuesta apropiada, sin olvidar que el mal comportamiento no tiene nada que ver con la aceptación de la persona y con las decisiones que debamos adoptar. Los adolescentes se tienen que sentir queridos y apreciados. Los adultos que sólo ven conductas negativas, primero tienden a crear sentimientos de incomprensión y falta de afecto en los muchachos y, segundo, llegan a no aceptarles, invalidando cualquier relación. Hay que aprender a observar y a premiar los buenos comportamientos. Cuando hacen algo bien también hay que decírselo.

Aunque los adolescentes están necesitados de independencia, les da miedo afrontarla. Los padres y educadores tienden a tomar decisiones por ellos sin saber que esto les hace dependientes y que tal actitud genera hostilidad. Hay que posibilitar que los jóvenes se vean obligados a decidir en temas que les conciernen y, por lo tanto, que asuman las consecuencias para así favorecer un buen autoconcepto. De esta manera, también se contribuirá a la adquisición del respeto a la autoridad. Su confianza la podremos conseguir si a todo esto añadimos una actitud coherente y segura por nuestra parte, cumpliendo lo que prometemos y no prometiendo lo que no podemos cumplir, controlando nuestro estado de ánimo y siendo rigurosos pero justos.

Pedro Martínez